Localización: Barbados, seis meses después.
El sol de Barbados se derramaba sobre el porche de madera de teca, calentando el aire con un dulzor a coco y sal. La villa, discretamente escondida entre palmeras y mangos, era la definición de lujo silencioso. No había necesidad de ostentar cuando el anonimato era la moneda más valiosa.
Alexander Blackwood estaba de pie junto a la piscina de borde infinito, que se fundía en un azul indistinguible con el mar Caribe. Llevaba solo pantalones cortos oscuros, y su torso, ahora más magro y bronceado, era una malla tensa de músculo y cicatrices. No eran las marcas de una pelea, sino las líneas de la tensión crónica que nunca le abandonaba, ni siquiera aquí, en el paraíso.
Cada mañana, durante seis meses, su ritual era el mismo: una hora de entrenamiento físico brutal, seguida de treinta minutos de meditación. Un intento de domar al depredador que llevaba dentro, obligándolo a esperar.
—Seis meses, y todavía no puedes sentarte quieto —dijo una voz