Pedro Juan llega al amanecer a su casa, con el corazón lleno de rabia y frustración. Maribel lo había ignorado todo el día, Rodrigo parecía estar ganando terreno… y él, el supuesto amo del juego, ahora se sentía como un espectador.
En su habitación, Mary Carmen duerme. Él se sienta en el sofá, derrotado, y sin querer, al mover una manta, descubre algo sobresaliendo del diario personal de su esposa:
una flor del ramo que ella había tomado del arreglo de Maribel, estaba marchita y prensada entre las páginas donde ella escribía sus pensamientos.
Abre el diario.
Lee unas frases que lo hielan:
“A veces siento que lo conozco menos que a un extraño. Me duele más el silencio que la sospecha.”
“¿Y si en su corazón hay otra mujer? ¿Y si soy yo la que está viviendo una mentira…?”
Por primera vez en mucho tiempo, Pedro Juan siente culpa real.
Maribel, en tanto, ha comenzado a dejar de temerle a la sombra de Pedro Juan. En la oficina, camina erguida, se ve hermosa y segura.
Pedro Juan la observa