Esa mañana Pedro Juan llegó mas temprano de lo usual al bufete. No por compromiso, sino por necesidad. Tenía el pecho apretado desde que Maribel le cerró la puerta en la cara la noche anterior. El eco del golpe seco aún lo atormentaba. No había dormido, apenas había comido. Solo quería verla.
Y la vio. A las 8:02, ella entró como una visión imposible: impecable, profesional, el cabello recogido en una coleta baja, los lentes violetas que lo desquiciaban, y ese aire de indiferencia que lo aniquilaba. Ni una mirada. Ni un gesto. Como si él no existiera.
Apenas pudo concentrarse en su primera reunión de socios. Mientras Alberto hablaba de litigios y cifras, él pensaba en el aroma del cabello de Maribel y en el temblor de su voz cuando lo echó de su apartamento. Todo en él gritaba por ella. Pero ella… no parecía oírlo.
En los pasillos, Pedro Juan buscaba cualquier excusa para cruzarse con ella. Le dejaba expedientes en su escritorio aunque no fueran de su departamento. Se ofrecía a revisa