El telón del ballet cayó con una ovación cerrada. Maribel se puso de pie junto a Rodrigo, aplaudiendo con elegancia, aunque su mente aún divagaba entre los recuerdos y los logros recientes. Aquel era un momento para disfrutar, y lo estaba intentando. De verdad.
Al salir al vestíbulo, aún envueltos en la atmósfera mágica del espectáculo, la realidad la golpeó de nuevo. Frente a ellos, como si el universo no pudiera resistirse al drama, estaban Lourdes y Leonardo.
Sonreían. Cómodos. Radiantes.
Como si nunca hubieran sido parte de una traición que la desgarró por dentro.
Los ojos de Lourdes se iluminaron al verla, pero se apagaron en cuanto notó la rigidez en la postura de su hija. Leonardo, con su brazo en el de su madre, también se tensó. Nadie dijo nada durante un largo segundo.
—Maribel —murmuró Lourdes con una sonrisa temblorosa—. No sabía que vendrías esta noche… Estas hermosa.
—Y yo no sabía que ustedes seguirían tan… felices —replicó Maribel con frialdad.
Rodrigo, sin saber la hi