El sonido del timbre fue casi imperceptible entre el murmullo de sus pensamientos, pero Maribel ya sabía de qué se trataba.
Corrió hasta la puerta, descalza, con el corazón latiendo a una velocidad que no sabía si atribuir al café de la mañana o a la tensión acumulada de semanas. Al abrir, vio al cartero con un sobre oficial, grueso, impreso con el sello del Colegio de Abogados.
—¿Maribel Fuentes? —preguntó él, aunque ya sabía la respuesta.
Ella asintió. Tomó el sobre con manos temblorosas y lo sostuvo como si tuviera dinamita entre los dedos. Cerró la puerta y se quedó allí de pie por varios segundos, en silencio.
Respiró hondo. Rompió el borde superior del sobre.
Leyó.
Y luego lloró.
Primero fueron lágrimas contenidas, suaves, tímidas. Después vinieron los sollozos abiertos, desbordados, esa mezcla de alivio y euforia que solo se siente cuando el alma ha sido puesta a prueba.
Había aprobado. No solo aprobado… había obtenido uno de los puntajes más altos de la generación. Oficialment