El pasillo que conducía a los camerinos estaba tenuemente iluminado. Alfombra oscura, paredes con espejos enmarcados por luces suaves. Silencio… hasta que los tacones de Lilith rompieron la calma. Salía envuelta en su aura de misterio, el vestido rojo aún ceñido a su cuerpo como una segunda piel. Su respiración apenas comenzaba a calmarse tras el último show. No esperaba encontrarlo ahí.
—¿Te divertiste?
La voz la detuvo en seco.
Giró apenas el rostro. Pedro Juan estaba apoyado contra la pared, los brazos cruzados, con una sombra peligrosa en los ojos. El mismo traje elegante con el que había llegado al club. Solo que ahora, el nudo de la corbata estaba ligeramente suelto, como si algo dentro de él ardiera desde hacía rato.
Lilith arqueó una ceja, sin perder el control.
—¿Eso es una pregunta o un reproche?
—No sabía que tenías privados esta noche —dijo, con sarcasmo seco.
—Baile para todos. Pero aún estoy a tiempo de agendar uno.
Pedro Juan apretó la mandíbula.
—Desapareciste por día