Elisa
Sus labios rozan los míos. No es nada. Casi nada. Y, sin embargo, ya es el abismo. Una chispa diminuta, un escalofrío minúsculo… que hace estallar todo lo que había construido para resistirle.
Contengo la respiración, como si esta inmovilidad frágil pudiera detenerlo todo. Pero cuando finalmente me besa, no es un ataque, es una conquista. Dulce, lenta, ineludible. Su boca se apodera de la mía como si tuviera todo el tiempo del mundo para romperme. Y me rindo.
El beso se profundiza, se oscurece, se alimenta de mi rechazo vano. Abro la boca contra mi voluntad, y su aliento se introduce en ella, ardiente, abrasador. Su lengua busca la mía, exigente, hambrienta, y sé que estoy perdida.
Gimo contra sus labios, sorprendida por la intensidad de mi propia respuesta. Mis manos tiemblan antes de encontrar su torso. Dudo un segundo, tal vez el último. Luego mis dedos se aferran, presionan, reclaman. El calor atraviesa la tela de su camisa, y quiero desgarrarla para sentir finalmente su pie