ELISEMe doy la vuelta y lo abofeteo, de nuevo, más fuerte esta vez, sin pensar, sin contenerme, con todo lo que me queda de lucidez destrozada, toda la rabia que sube como una ola negra desde mis entrañas, toda la vergüenza que me niego a nombrar pero que siento pegada a mi piel como un sudor secundario, toda esa quemadura entre mis muslos, aún allí, aún viva, aún suya.La bofetada resuena en el aire como un trueno en una habitación demasiado pequeña para contener el silencio, el choque, el recuerdo, y mis dedos vibran, me pican, me queman como si intentaran expulsar lo que habían tocado, acogido, permitido.— Eres un bastardo.Él retrocede medio paso, lo justo para dar la ilusión de haber sido alcanzado, pero no lo suficiente para soltar, no lo suficiente para disculparse, no, no él, no Marcus, sonríe, se atreve a sonreír, esa mueca arrogante, triunfante, casi tierna en su crueldad, y yo lo odio, pero esa sonrisa ya me atormenta.Él ríe, maldita sea, ríe, esa risa baja, áspera, cáli
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