Elisa
El silencio me ensordece. Un silencio que no está vacío, sino saturado de nuestros alientos entrecortados, de nuestros corazones latiendo aún demasiado rápido. Su piel se adhiere a la mía, caliente, húmeda, y siento cada pulsación de su cuerpo contra el mío como si ya me perteneciera.
Mantengo los ojos cerrados, incapaz de sostener la luz, incapaz de sostener su mirada. Sus dedos recorren mi hombro desnudo, distraídos, como si quisieran memorizar la curva exacta de mi piel. Cada roce me hace estremecer de nuevo, mientras creía no tener más nada que dar.
Él no dice nada. Yo tampoco. Nuestros cuerpos aún hablan, a pesar de la inmovilidad. Su mano deja mi hombro para deslizarse en mi cabello. Lo acaricia lentamente, como se calma a una bestia asustada. Contengo un suspiro, pero mis labios se entreabren a pesar de mí, como si hubiera olvidado el sabor de la resistencia.
Me giro ligeramente hacia él. Su frente se apoya contra la mía, su aliento cálido roza mi boca. No es un beso. Es