Leo
Hay algo extraño en el aire. Lo noto desde que entro en el comedor y veo a Luna sentada frente a Leonardo. Ella mantiene la mirada fija en su plato, moviendo distraídamente los vegetales de un lado a otro sin probar bocado. Él, en cambio, la observa con una intensidad que me revuelve el estómago.
—Buenos días —digo, y mi voz suena más áspera de lo que pretendía.
Leonardo levanta la vista y me dedica una sonrisa cordial, pero vacía. Luna apenas reacciona, como si estuviera sumergida en pensamientos demasiado profundos para notar mi presencia.
—Leo, justo hablábamos de la gala benéfica del próximo fin de semana —comenta Leonardo mientras la empleada me sirve café—. Luna será mi acompañante oficial.
Algo se retuerce dentro de mí. Un sentimiento oscuro y visceral que no debería existir.
—¿Y Mateo y yo? —pregunto, intentando que mi voz suene casual.
—También asistirán, por supuesto —responde Leonardo—. Pero Luna estará a mi lado durante la presentación principal. Es importante que la g