El motor del auto rugía entrecortado, como si también tuviera miedo de avanzar por ese camino. A los costados, el bosque se extendía como un laberinto de sombras vivas. Árboles torcidos, ramas como garras, y esa niebla que, aunque más tenue que antes, parecía seguirlos desde lejos.
Lara iba sentada sobre las piernas de Sasha, con los brazos rodeando su cuello. Tenía los ojos bien abiertos, pero no decía nada. Emilia, se había dormido apoyada en el pecho de Eugenia, aunque su manito seguía apretada con fuerza en el borde del asiento.
Benja y Elizabeth iban atrás, pegados contra la ventana. Karen estaba adelante con Diego, que mantenía las manos firmes en el volante, sin dejar de mirar el camino con esa mezcla de concentración y miedo que uno tiene al cruzar un campo minado.
—¿Cuánto falta para la cantera? —preguntó Elizabeth, rompiendo el silencio.
—Dos horas si no tenemos problemas —respondió Diego sin apartar la vista.
—¿Y si tenemos?
—Entonces se va a complicar.
Afuera, un chillido