La tierra tembló bajo sus pies. El aire, por primera vez en semanas, dejó de estar enrarecido. La niebla que envolvía la zona retrocedió como si fuera empujada por una fuerza invisible, y el mundo pareció recuperar brevemente la respiración contenida.
En el centro del refugio, Diego y Sasha sostenían a sus hijas con fuerza. Lara, en los brazos de Diego, y Emilia, en los de Sasha, tenían los ojos cerrados pero sus cuerpos emanaban una luz brillante, como si los símbolos en sus brazos ardieran con un fuego antiguo. La fusión de sus almas había despertado finalmente al cuarto Guardián.
El sello, hasta entonces tambaleante y vulnerable, vibró como una campana resonando en lo más profundo de la tierra. En un estallido de energía, líneas de luz se extendieron como raíces hacia los cuatro puntos cardinales, reforzando el límite que separaba su mundo del otro lado. Las criaturas, aquellas que ya habían cruzado, chillaron con un sonido indescriptible, como si supieran lo que venía.
Y entonces