El camino se volvía cada vez más denso, y aunque habían recorrido buena parte hacia la cantera, algo en el aire se sentía diferente. El cielo, sin previo aviso, se tornó gris oscuro, como si la noche hubiera caído de golpe. La niebla avanzó veloz, espesa, implacable, envolviéndolo todo en cuestión de minutos.
Diego sujetaba el volante con fuerza. El auto avanzaba con lentitud, pero no podían detenerse. Las ramas parecían susurrar entre sí, y los gritos, esos gritos que se perdían entre la espesura, eran cada vez más cercanos. No se podía ver más allá de cinco metros. La niebla lo cubría todo como una manta húmeda y helada.
Dentro del auto, reinaba el silencio. Karen, Benja y Elizabeth iban tensos, casi sin respirar. Eugenia sostenía con firmeza a Emilia, quien dormía acurrucada en sus brazos, completamente ajena al horror que los rodeaba. Sasha llevaba a Lara dormida sobre su pecho, acariciándole el cabello para evitar que despertara en medio del miedo.
Diego aceleró. Necesitaba encon