La niebla se cernía sobre la pradera, reduciendo la visibilidad a apenas unos metros. Diego se estremeció al montar su caballo, ajustó las riendas con manos tensas y echó un vistazo a su padre y los demás familiares que también se preparaban para salir. —¿Seguro que es buena idea salir con esta niebla? —preguntó en voz baja, apenas rompiendo el pesado silencio de la mañana. Su padre asintió con seriedad. —Tenemos que reunir al ganado, Diego. No podemos dejarlo perderse. Se pusieron en marcha. Los caballos avanzaban despacio, tanteando el terreno invisible. La niebla parecía viva, densa, casi como si los observara. Mientras cabalgaban, Diego notó que la niebla se espesaba en ciertos puntos, oscureciéndose. Entonces, lo oyó: un leve "tok... tok... tok..." resonando entre las sombras. Se irguió en la silla, tenso. —¿Escucharon eso? —murmuró, mirando a su padre. —¿Qué cosa? —preguntó uno de sus tíos, deteniendo su caballo. El sonido continuó, oscilando en intensidad, como
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