El aire era más liviano desde que la niebla se había despejado. Las criaturas ya no rondaban el perímetro y, aunque el silencio era espeso, no era opresivo. Dentro del refugio, todos estaban reunidos alrededor del fuego. El ambiente, aunque tranquilo en apariencia, tenía una tensión sutil, como si la tierra misma contuviera el aliento.
Emilia y Lara, aún con los símbolos brillando levemente en sus brazos, estaban sentadas frente a todos. Sus ojos, más maduros de lo que sus edades indicaban, miraban con serenidad y determinación. Sasha y Diego, de pie detrás de ellas, los observaban con orgullo, pero también con un dejo de preocupación.
—Hay algo que debemos decirles —comenzó Emilia, con una voz suave, casi etérea—. Sobre el quinto guardián.
Todos intercambiaron miradas. Alma, quien estaba junto a Aitana, frunció el ceño.
—¿Qué pasa conmigo? —preguntó, sintiendo una punzada en el pecho.
—Sos el quinto guardián, sí —dijo Lara—. Pero estás incompleta.
—¿Incompleta?
—No es tu culpa —agreg