Me clava sus colmillos, haciendo que todo mi cuerpo convulsione en un estertor interminable. ¡Adoro el placer-dolor que me provoca! Me besa suavemente los labios mientras me dice:
—¡Te amo, mi Luna, te amo! ¡Gracias por perdonarme! —A ti, mi Alfa Supremo, ¡no tengo nada que perdonarte! ¡Solamente tú eres mi amor! —aseguro, sintiéndome la más feliz de las mujeres, justo cuando escucho a Ast decir: —No tienes remedio, Isis. No sé qué mal hice para que la Diosa Luna me diera una humana tan estúpida. —¡Ast! —grito sin darme cuenta. Me hago la dormida, avergonzada. Él me abraza sin preguntar, y me quedo dormida en sus brazos. ¡Soy la mujer más feliz del mundo! El calor de sus brazos me envuelve, y aunque trato de convencerme de que estoy dormida, el latido firme de su corazón me mantiene an