No podía creer lo que veía. Esos pequeños cachorros que no tenían ni una hora de nacidos estaban venciendo a la diosa desterrada, la bruja Isfet. Se movían como una sinfonía perfectamente orquestada; los hijos de Horacio y Julieta moldeaban sus burbujas de agua, que brillaban con un resplandor azul sobrenatural. El agua se cristalizó en el aire, formando lanzas de hielo tan afiladas como diamantes y tan frías que el vapor se condensaba a su alrededor.
El cachorro de león de Neiti y Marcus rugió con una fuerza que sacudió los cimientos de la cueva, dirigiendo esas armas elementales con precisión mortal. Los pequeños de Bennu y Netfis añadieron su fuego ancestral, envolviendo las lanzas en llamas que ardían con colores imposibles. Isfet gritó de agonía cuando las lanzas atravesaron su forma oscura. Su energía maligna comenzó a drenarse, absorbida po