Lucil me miró con curiosidad, notando que eso había despertado admiración en mí. Una ligera sonrisa apareció en su rostro, pero detrás de esa expresión tierna había satisfacción. Parecía indicarme que no todo estaba dicho, que había secretos que todavía no quería compartir.
—Sí, si te casas conmigo, tomarás la posición de mi padre. Por encima de ti solo estará el Alfa Supremo —dijo con una sonrisa—. Tu manada está por debajo de la nuestra en jerarquía.—Dime, ¿qué quieres que haga? —pregunto, temiendo que se nos escape el tiempo.—Tienes que conseguirme todo esto que te voy a decir. Así, me lo darás en la comida —me indica con suavidad—. No te asustes cuando mi piel se cubra de manchas moradas.—¿Seguro que no te hará daño? —