Isfet me miró con desconfianza. Pude sentir cómo mi pequeña maniobra había despertado su sospecha, pero al mismo tiempo percibí su impaciencia. Sabía que no podía apresurarme: tenía que jugar con su propia ambición, alimentarla lo suficiente para que bajara la guardia.
—Eso va a ser fácil. Tomé la esencia de esa loba, Úrsula. La seguiremos. Creo que ella nos puede ayudar —contestó Isfet, todavía mirando hacia donde habían desaparecido los lobos de La Maat Ra. —Está bien —me dejé caer también en la arena—. Porque no creo que podamos volver a las cuevas. Dejaron lobos vigilándolas. Puedo oler su esencia desde aquí. —Tienes un gran olfato, lobo —me elogió de pronto la bruja Isfet. —No tienes idea. Somos rastreadores en mi manada. Nuestro olfato es