La joya en mis manos brillaba con una luz dorada, respondiendo a mi presencia. Llevarla al cuello de mi mitad no era solo un símbolo: era un vínculo único, una promesa que conectaba nuestras almas con el poder del Dios Ra.
—Así es, ven, vamos a ver el otro cofre que siempre mi padre nos ocultaba. ¡Míralo allí! —dijo Jacking, como si fuéramos los niños que siempre queríamos explorar dentro de los tesoros. —Pero tiene unas escrituras arriba. Déjame ver si las puedo leer yo, Jacking —pedí, adelantándome. Dominaba múltiples idiomas y dialectos. Pero, al acercarme, las letras y símbolos desaparecieron. Me detuve en seco, observando cómo las letras y símbolos se disipaban frente a mí, desvaneciéndose como una bruma etérea. El cofre parecía estar vivo, reaccionando ante mi presencia, y m