05. INGRATITUD

BLAIR

—Buenos días —dije secamente, ajustando la correa del bolso.

Me apresuré hacia las escaleras.

—Ah, pero si es la camarera... ¿así que vives aquí? —se giró el lobo con una sonrisa torcida, lanzándome una mirada de arriba abajo.

—¿Es un delito vivir en este edificio ahora? —respondí con sequedad.

No me gustaba nada esta situación.

—Tranquila, bonita. Solo digo que es mucha coincidencia. ¿Has recordado algo de las preguntas que te hice ayer? —insistió.

Antes de responder, miré a mi vecina. Siempre iba con la mirada baja, pero hoy se veía más nerviosa que nunca.

—Ya les dije lo que sé. Y si me disculpas, llevo prisa —respondí, tomando las escaleras.

Pero el corazón me latía con fuerza. Mis sentidos me gritaban que algo iba mal... muy mal.

A pesar de la inquietud, no le dije nada a Cassidy.

No quería seguirla arrastrando a mis problemas.

Esa noche volví tarde.

Estaba tan cansada que solo deseaba morir en la cama y no resucitar hasta un mes después.

Subí los escalones arrastrando los pies, bostezando, hasta llegar a mi puerta.

Rebuscaba la llave en el bolso cuando un estruendo y súplicas rompieron el silencio del pasillo.

La puerta de la vecina estaba entreabierta. Los sollozos se escapaban por las rendijas.

“¿Otra vez? " pensé, molesta. Creí que estaría en paz sin su marido golpeador.

—¡No! ¡Te lo suplico! ¡No quiero… auxilio!

Los gritos eran ahogados.

Sabía que no debía meterme, pero ella nunca había pedido ayuda así y me temí lo peor.

Este barrio estaba lleno de asquerosos oportunistas.

Avancé y empujé su puerta con cautela.

Mis ojos se adaptaban a la penumbra.

Saqué mi navaja, creyendo que se trataba de algún humano abusivo.

Solo pretendía asustarlo, pero lo que vi al llegar a su habitación me heló la sangre en el cuerpo.

Estaba siendo amarrada, su boca tapada, y un hombre frente a ella le desgarraba la ropa.

Se había logrado arrojar al suelo, intentando arrastrarse, pero no era rival para ese desgraciado.

Se le subió encima y le abrió las piernas para abusarla.

Como si estuviese reviviendo el pasado, mi mente comenzó a jugarme malas pasadas.

Me transportó a esa escena años atrás.

«Apenas y había cumplido los 18 años, y estaba pasando por un cambio que me hundiría la vida.

Mi loba aún no se manifestaba.

Tenía la esperanza de que lo hiciera más tarde… estaba equivocada.

Sin embargo, esa voz maliciosa que me hablaba desde niña tomaba más fuerza en mis pensamientos.

Mamá siempre me dijo que no le hiciera caso, que no podía contarle a nadie… pero cada vez se hacía más difícil.

Me vi a mí misma subiendo las escaleras de la casa del Alfa, en mi manada de origen.

Desde que nuestra madre murió, Riley y yo servíamos a la familia del Alfa.

Pero hace poco, mi hermana había descubierto que era la mate del heredero.

Nuestro destino cambió de inmediato.

Mi hermana sería la Luna, y yo tuve un mejor trato en la manada, a pesar de no haber sacado aún el espíritu animal.

Esa noche estaba inquieta, temerosa, lidiando con muchas cosas que no entendía.

Abrí la puerta de su habitación sin tocar, pensando en acurrucarme bajo sus sábanas, pero lo que encontré… fue algo que me trastornó la mente.

Mi hermana mayor, a la que siempre había admirado, estaba en cuatro en el suelo, desnuda, llorando.

Detrás de ella, el Alfa de la manada la embestía con fuerza; el aroma de la sangre de la virginidad de Riley flotaba en el aire.

Lo peor era el macho que le introducía su asqueroso falo en la boca… justo su mate.

Quien debía protegerla.

Sus gemidos de dolor se ahogaban en la polla que perforaba su garganta.

—¡Ri... Riley! —grité de repente, con la ira reemplazando la sorpresa.

Estaban tan metidos en su acto que ni me sintieron llegar.

Los ojos azules de ella me miraron llenos de bruma, vergüenza y palabras mudas.

Estaban violando a mi hermana y yo no podía quedarme de brazos cruzados.

Algo gritó en mi pecho, destrozó el control en mi cabeza.

Rugí ese nombre que siempre se repetía en mi mente, liberé las cadenas de la prisión y me dejé controlar por esa criatura maligna.

Le salté encima a los dos, que apenas y pudieron defenderse.

Perdí el control de mí misma, saboreé su sangre y les arranqué el corazón del pecho.

El frenesí del asesinato me hacía reír como una demente.

Cuando terminé, era una masacre en la habitación, las paredes y el piso cubiertos de carmín y de desperdicios humanos.

Mi propia hermana me miraba como si fuese una monstruosidad.

Acurrucada en una esquina, temblaba incontrolablemente.

—Ri... Riley…

—¡No te me acerques! —me gritó cuando di algunos pasos hacia ella.

No recordaba muy claro mis acciones.

Pero miré mis manos… Diosa, mi bata de dormir escurría gotas carmesíes.

Bajo las uñas tenía restos de carne.

¡¿Qué había hecho?!

Los gritos ahí pronto atrajeron a todos. No pudimos escapar.

Fuimos encarceladas en las mazmorras, torturadas y golpeadas.

Nadie se creía que yo hice eso sola, pero Riley les dijo todo.

No escondió mi condición especial, mis rarezas. 

Incluso suplicó por ella sola mientras yo me hundía.

—¡Yo seguía las reglas de la manada! —le gritó a la Luna, arrodillada a sus pies.

—¡Le entregué primero al Alfa mi virginidad! ¡Ella fue quien los asesinó! —me señaló sin misericordia.

—¡Tomen su vida a cambio de perdonarme!

—Hermana… —murmuré, atada a la pared.

Las lágrimas bajaban sin cesar de mis ojos hinchados.

Mi cuerpo, lleno de heridas y mutilaciones.

—¡No me llames hermana! ¡Arruinaste mi vida, Blair, lo arruinaste todo! —gritó histérica.

Ese día descubrí la amarga verdad.

Nadie violaba a Riley. Yo fui quien malinterpretó la situación.

Ella seguía las costumbres secretas de la manada.

El Alfa tenía el derecho de desvirgarla.

Quizás me tocaría también a mí en el futuro.

El hecho es que nos iban a ejecutar a ambas, y solo por el alma caritativa de la doncella que nos crió desde que mamá murió, fue que pudimos escapar.

Esa noche, mientras corríamos por nuestras vidas, alejándonos de nuestro hogar, perdí mi manada… y perdí a mi hermana.

Jamás me perdonó que le arrebaté la oportunidad de ser la próxima Luna, de una buena vida.

No nos atrevíamos ni a pedir asilo en otros grupos de hombres lobos, con el miedo de que nos estuviesen buscando por venganza.

Dos jóvenes solas, sin dinero, ni respaldo, sin estudios… era difícil sobrevivir en el mundo humano.

Tuvimos que hacer muchas cosas desagradables.

Me hice cargo de la vida de Riley, por culpa, por remordimientos… por idiotez quizás, pero me sentía responsable.

Y aquí estaba de nuevo, metiéndome en una situación donde no me llamaban.

Cediendo a mis impulsos asesinos»

—¡Suéltala! —me abalancé sobre el hombre con las garras listas para destrozarlo.

La rabia me hacía ver en rojo, la adrenalina recorría mis venas.

—¡Déjala en paz, maldito abusador!

Me aferré a su espalda y subí la navaja para herirlo.

Pero su olor me dio de golpe, y no se trataba de un simple humano… era un hombre lobo.

Ese hombre lobo pelinegro que me andaba cazando.

Me zarandeó con fuerza, tomó mi muñeca con tanta brutalidad que escuché el rugir de las articulaciones.

—¡Aahh! —grité al caer de golpe contra la pared.

Jadeando pesadamente, tocándome la parte de atrás de la cabeza, donde me había golpeado.

—Sabía muy bien que no eras una inofensiva mujer sin loba. ¡Tú mataste a mis amigos! —me rugió, sacando los colmillos.

—Entonces, si sospechabas de mí, ¡¿por qué te metiste con esta señora inocente?! —le pregunté, ganando tiempo, pensando en qué hacer.

Si era uno solo, quizás podía vencerlo.

De repente comenzó a reírse burlón.

—¿De verdad piensas que esta puta estaba en peligro? —me dijo lleno de sarcasmo.

Tuve un mal presentimiento y la miré.

Estaba temblando contra las patas de la cama, pero sus ojos rojos y acusadores me miraban llenos de odio.

—¿No la estabas violando?

—Claro que no, idiota. Solo quería atraer tu atención. Ella se prestó para esto y… ¿adivina qué más nos dijo?

Ni siquiera hablé. No podía. Solo negaba con incredulidad.

Volví a romper mis reglas por una ingrata.

Y lo pagaría de nuevo… muy caro.

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