BLAIR
—Buenos días —dije secamente, ajustando la correa del bolso. Me apresuré hacia las escaleras. —Ah, pero si es la camarera... ¿así que vives aquí? —se giró el lobo con una sonrisa torcida, lanzándome una mirada de arriba abajo. —¿Es un delito vivir en este edificio ahora? —respondí con sequedad. No me gustaba nada esta situación. —Tranquila, bonita. Solo digo que es mucha coincidencia. ¿Has recordado algo de las preguntas que te hice ayer? —insistió. Antes de responder, miré a mi vecina. Siempre iba con la mirada baja, pero hoy se veía más nerviosa que nunca. —Ya les dije lo que sé. Y si me disculpas, llevo prisa —respondí, tomando las escaleras. Pero el corazón me latía con fuerza. Mis sentidos me gritaban que algo iba mal... muy mal. A pesar de la inquietud, no le dije nada a Cassidy.No quería seguirla arrastrando a mis problemas.
Esa noche volví tarde.Estaba tan cansada que solo deseaba morir en la cama y no resucitar hasta un mes después.
Subí los escalones arrastrando los pies, bostezando, hasta llegar a mi puerta.
Rebuscaba la llave en el bolso cuando un estruendo y súplicas rompieron el silencio del pasillo.
La puerta de la vecina estaba entreabierta. Los sollozos se escapaban por las rendijas. “¿Otra vez? " pensé, molesta. Creí que estaría en paz sin su marido golpeador. —¡No! ¡Te lo suplico! ¡No quiero… auxilio! Los gritos eran ahogados.Sabía que no debía meterme, pero ella nunca había pedido ayuda así y me temí lo peor.
Este barrio estaba lleno de asquerosos oportunistas.
Avancé y empujé su puerta con cautela.Mis ojos se adaptaban a la penumbra.
Saqué mi navaja, creyendo que se trataba de algún humano abusivo.
Estaba siendo amarrada, su boca tapada, y un hombre frente a ella le desgarraba la ropa.
Se había logrado arrojar al suelo, intentando arrastrarse, pero no era rival para ese desgraciado.
Se le subió encima y le abrió las piernas para abusarla.
Como si estuviese reviviendo el pasado, mi mente comenzó a jugarme malas pasadas.
Me transportó a esa escena años atrás.
«Apenas y había cumplido los 18 años, y estaba pasando por un cambio que me hundiría la vida.
Mi loba aún no se manifestaba.
Tenía la esperanza de que lo hiciera más tarde… estaba equivocada.
Sin embargo, esa voz maliciosa que me hablaba desde niña tomaba más fuerza en mis pensamientos.
Mamá siempre me dijo que no le hiciera caso, que no podía contarle a nadie… pero cada vez se hacía más difícil.
Me vi a mí misma subiendo las escaleras de la casa del Alfa, en mi manada de origen.
Desde que nuestra madre murió, Riley y yo servíamos a la familia del Alfa.
Abrí la puerta de su habitación sin tocar, pensando en acurrucarme bajo sus sábanas, pero lo que encontré… fue algo que me trastornó la mente.
Quien debía protegerla.
—¡Ri... Riley! —grité de repente, con la ira reemplazando la sorpresa.
Estaban tan metidos en su acto que ni me sintieron llegar.
Estaban violando a mi hermana y yo no podía quedarme de brazos cruzados.
Le salté encima a los dos, que apenas y pudieron defenderse.
—Ri... Riley…
—¡No te me acerques! —me gritó cuando di algunos pasos hacia ella.
No recordaba muy claro mis acciones.
¡¿Qué había hecho?!
Los gritos ahí pronto atrajeron a todos. No pudimos escapar.
Incluso suplicó por ella sola mientras yo me hundía.
—¡Yo seguía las reglas de la manada! —le gritó a la Luna, arrodillada a sus pies.
—Hermana… —murmuré, atada a la pared.
—¡No me llames hermana! ¡Arruinaste mi vida, Blair, lo arruinaste todo! —gritó histérica.
Ese día descubrí la amarga verdad.
El Alfa tenía el derecho de desvirgarla.
El hecho es que nos iban a ejecutar a ambas, y solo por el alma caritativa de la doncella que nos crió desde que mamá murió, fue que pudimos escapar.
Jamás me perdonó que le arrebaté la oportunidad de ser la próxima Luna, de una buena vida.
Y aquí estaba de nuevo, metiéndome en una situación donde no me llamaban.
Cediendo a mis impulsos asesinos»
—¡Suéltala! —me abalancé sobre el hombre con las garras listas para destrozarlo.
La rabia me hacía ver en rojo, la adrenalina recorría mis venas.
—¡Déjala en paz, maldito abusador!
Me aferré a su espalda y subí la navaja para herirlo.
Me zarandeó con fuerza, tomó mi muñeca con tanta brutalidad que escuché el rugir de las articulaciones.
—¡Aahh! —grité al caer de golpe contra la pared.
—Sabía muy bien que no eras una inofensiva mujer sin loba. ¡Tú mataste a mis amigos! —me rugió, sacando los colmillos.
—Entonces, si sospechabas de mí, ¡¿por qué te metiste con esta señora inocente?! —le pregunté, ganando tiempo, pensando en qué hacer.
Si era uno solo, quizás podía vencerlo.
De repente comenzó a reírse burlón.
—¿De verdad piensas que esta puta estaba en peligro? —me dijo lleno de sarcasmo.
Tuve un mal presentimiento y la miré.
—¿No la estabas violando?
—Claro que no, idiota. Solo quería atraer tu atención. Ella se prestó para esto y… ¿adivina qué más nos dijo?
Ni siquiera hablé. No podía. Solo negaba con incredulidad.
Volví a romper mis reglas por una ingrata.
Y lo pagaría de nuevo… muy caro.