04. INVESTIGACIÓN PELIGROSA

BLAIR

No importa cuánto deseé retroceder mis acciones.

Como siempre, había sido demasiado impulsiva. Esa era mi maldición.

—Cassidy, no, no vayas. No quiero que dejes tu olor —intenté detenerla mientras avanzábamos por el estrecho pasillo.

—¡Qué más da otro aroma! Tú sola no vas a poder moverlos.

—Ay, Diosa... No debí decirte nada —murmuré al salir de nuevo al callejón.

Miramos a todos lados. Por suerte, la mayoría de los clientes y empleados se habían marchado. Era casi el amanecer.

—Si no me decías nada, te cortaba la lengua —se giró para señalarme con un dedo amenazante antes de avanzar en silencio hacia la esquina donde ocurrió todo.

Suspiré, siguiéndola. Sin ella apoyándome, estaría completamente a la deriva.

—Uf... esto huele demasiado intenso.

Sus palabras me devolvieron de golpe todos los recuerdos. ¿Él seguiría rondando por aquí?

Miré hacia los tejados, hacia las esquinas oscuras, pero nada.

—Blair, ¿estás segura de que fue aquí?

—Sí... sí... pero... ¿qué diablos?

Nos quedamos ambas paradas, como idiotas, frente a un desastre de basura maloliente regada por todo el suelo.

Parecía que el basurero había sido arrasado por una horda de mendigos... pero no había cuerpos, ni sangre, ni cadáveres pudriéndose.

—Fue aquí, estoy segura —incluso caminé y comencé a apartar los desperdicios.

El olor fuerte a descomposición enmascaraba todas las evidencias. No podía haberme equivocado.

—Cassidy... no entiendo... ¿eh?... ¡espera!

—Cállate y corre —me dijo entre dientes, sujetándome del antebrazo y arrastrándome hacia la calle principal.

Corrimos hasta casa. Nuestras pisadas y respiraciones agitadas eran lo único que se escuchaba por la acera desierta.

Subí las escaleras de mi edificio hiperventilando. No dijimos palabra hasta que la puerta de mi apartamento se cerró de golpe.

—Cassidy... ¿viste algo? —jadeé pesadamente, recargándome contra la madera. La ropa se me pegaba a la piel sudada.

Ella fue directo a la nevera.

—Diosa bendita... ¿estas son tus provisiones para sobrevivir un mes? —hizo una mueca al ver la nevera casi vacía.

—¡Olvídate de eso! Me trajiste dando tumbos, ¿qué pasó? ¿De qué escapábamos? ¿Era él?

Me estremecí al pensar en el vampiro.

—¿Acaso no fue obvio? Toma... —me pasó un vaso de agua que me bebí de un tirón.

—Ese vampiro que te salvó limpió la escena del crimen para protegerte. Si nos quedábamos más tiempo, lo hubiéramos arruinado —explicó, sentándose en el viejo sofá de cuadros.

Me quedé pensando.

Claro. Qué idiota. Si permanecíamos ahí, no solo podríamos ser descubiertas, también dejaríamos nuestros aromas impregnados otra vez.

—¿Crees que sea tan fácil zafarse de esto? —me senté en la banqueta de la encimera.

—No diremos nada. Aunque te torturen, tú no estuviste ahí —me miró con sus ojos agudos.

Asentí, no muy convencida.

Cualquiera pudo haberme visto saliendo a fumar.

—La manada de esos tipos buscará al culpable. El humano...

—Humanos mueren todos los días. Sin un cadáver, nadie puede decir que fue una criatura. Punto en boca. No hablemos más de esto —zanjó el tema y se metió al baño.

—Y por cierto, Blair... —se giró en el umbral—. No te relaciones más con ese hombre. Los vampiros son peligrosos.

Me advirtió con seriedad.

—Lo sé. Tranquila, te haré caso.

—Bien. Al menos para variar, pórtate bien —torcí la boca por sus murmullos antes de perderse en mi habitación.

Poco después escuché la ducha.

A esas horas sabía que se quedaría a dormir, como otras tantas veces.

Tenía la confianza para hacer con mis tres cacharros lo que le diera la gana.

Me quedé en silencio, sentada en la sala, rezando a los cielos que esta locura saliera bien.

—Cassidy tiene razón. Mejor no verlo más —me dije, pensando en ese ser misterioso.

Ya tenía suficientes problemas como para sumar otro.

*****

Los días pasaron y no lo volví a ver.

No apareció más en el club y yo continué con mi vida.

Ignoré la ridícula sensación de que mi comportamiento libertino lo había decepcionado y alejado.

Una mañana, la campanilla del bar-restaurante sonó.

Levanté la cabeza y me congelé al ver los hombres que entraban.

Tres tipos con cara de pocos amigos, chaquetas de cuero y pinta de moteros.

Mi mano se apretó sobre el trapo con el que limpiaba los vasos.

Eran hombres lobo.

Y estaba casi segura de que estaban investigando la desaparición de sus compinches.

Se sentaron en una mesa vacía del salón y miraron en mi dirección.

—¡Ey, camarera! —llamaron.

—Yo los atiendo —dijo Cassidy, saliendo de la cocina.

Antes de que pudiera dar un paso, ya se les había acercado.

Les repartió los menús y tomó nota de sus pedidos.

Pero uno de ellos, un rubio canoso, comenzó a hacerle preguntas.

Entre la algarabía de los clientes, pude escuchar algunas cosas.

Y sí, justo lo que temía: ese hombre era el Alfa de la manada Red Wind. Buscaba a tres de sus guerreros desaparecidos.

Cassidy les respondió con negativas, pero no se quedarían conformes con eso.

Disimulé lo mejor que pude, pero la inquietud me calaba los huesos.

No me tranquilicé hasta que mi amiga regresó.

—¡Cinco especiales para la mesa tres! —gritó al cocinero por la ventanilla.

—Cassidy…

—No. Ahora no —susurró, fingiendo que hablábamos de trabajo.

Durante gran parte del turno, estuvieron comiendo y hablando. Varias veces se acercaron a pedir bebidas.

Me tensé cuando uno de ellos me abordó directamente. Un pelinegro intimidante.

— Preciosa, ¿has visto a tres lobos fortachones por aquí en estos días? Mira, son estos - incluso sacó su celular para mostrarme una foto.

Y si me quedaba alguna duda de que se trataba de esos cerdos, las despejé.

—Por aquí pasan muchas caras todos los días —le respondí, serena—. No sabría decirte bien.

—Ofrecemos buena recompensa por información útil —sacó la billetera.

—No es cuestión de dinero. ¿O quieres que me invente algo solo para sacarte unos pavos?

Lo miré fijamente alzando una ceja.

Sus ojos se estrecharon, pero luego se relajaron.

—Prefiero la verdad. Gracias por las cervezas —dijo, tomando las botellas y volviendo a su mesa.

Suspiré apenas. Me forcé a ignorarlos hasta que finalmente se marcharon.

Pensé que habíamos salido de su radar… pero al día siguiente, al salir de mi departamento, lo vi otra vez.

Estaba hablando con mi vecina.

Sí, la esposa de Richard, que aún tenía los moretones de su última paliza.

Ella levantó la cabeza y me miró fijamente, de una manera que no pude descifrar.

¿Estaban hablando de mí?

¿Acaso descubrieron que esa noche los lobos se juntaron con Richard?

El peligro se cerraba a mi alrededor. Y lo sentía cada vez más cerca.

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