CAPÍTULO 95 — Un pasado que despierta lentamente
El día había sido demasiado largo para Isabella. Había lidiado con novias indecisas, madres dominantes, mensajes inquietantes y recuerdos que parecían resucitar a cada paso. Aun así, allí estaba, sentada en la calidez de su oficina, esperando a Estela Bertolotti.
Estela era de las pocas personas que siempre estaba alegre y lograban transmitir esa alegría. También era, inevitablemente, de las que llegaban tarde. Siempre tarde.
El reloj marcaba casi una hora de retraso cuando la secretaria de Isabella tocó la puerta con suavidad.
— Señora, la señora Bertolotti está afuera.
Isabella respiró hondo y asintió.
— Déjala pasar, por favor.
La puerta se abrió y Estela entró con la energía vibrante que siempre la acompañaba. Iba vestida con un conjunto azul eléctrico y unos pendientes brillantes que tintinearon con su efusivo saludo.
— ¡Isabella! —exclamó, abrazándola como si no la hubiera visto en años—. ¡Cómo estás, hermosa!
Isabella la sostuvo