CAPÍTULO 150 — Lo que se rompe cuando nadie mira
Gabriel no era un hombre que soliera admitir sus sentimientos con facilidad, mucho menos cuando se trataba de extrañar a alguien. Pero desde que Isabella había salido de la casa, desde que él mismo había pactado un tiempo que ahora se sentía como un castigo, la ausencia se le había vuelto insoportable. La extrañaba. Extrañaba cada rincón de la vida que habían construido juntos. Extrañaba su voz suave por las mañanas, sus pequeñas rutinas, su presencia constante, la sensación de hogar que solo ella podía darle.
Por eso, después de tres días intentando convencerse de que estaba bien, de que el espacio les haría bien, tomó la decisión de ir a buscarla. Aunque fuera solo para verla de lejos. Aunque fuera solo para asegurarse de que estaba bien.
Condujo hasta la casa de la madre de Isabella sin avisar, como si algo dentro de él le quemara el pecho. Se estacionó frente a la fachada de la pequeña casa que tantas veces había visitado. La casa t