CAPÍTULO 147 — La cita que no debía ser
La jornada transcurría con una inesperada calma. Isabella llevaba horas concentrada en su computadora, respondiendo correos y dando instrucciones a su equipo. Era como si el simple acto de trabajar la anclara a la realidad y le devolviera el control perdido. El murmullo de las máquinas, el ruido lejano de las impresoras, el ir y venir del personal… todo contribuía a una sensación de normalidad que creía imposible recuperar.
Pero el destino —siempre caprichoso— rara vez permitía una paz tan completa.
Y ella lo sabía.
Algo dentro de su pecho le anticipó que esa tranquilidad no duraría.
El golpe suave en la puerta de su oficina lo confirmó.
Isabella levantó la vista y, al ver la silueta en el umbral, sintió cómo sus hombros se tensaron.
— ¿Isabella… puedo pasar? —preguntó Alejandro, apoyado en el marco de la puerta con una expresión entre cautelosa y vulnerable.
Ella dejó el bolígrafo sobre la mesa. Era inevitable. Tarde o temprano él aparecería al