Mundo de ficçãoIniciar sessãoRepetía mentalmente que no debía entrar en pánico. Un paso en falso ahora multiplicaría la rabia de Nicolás por diez. Me pasé de la raya, tentando mi suerte.
Por fortuna, su teléfono vibró sobre la mesita de noche.
Maldijo por lo bajo, soltó mi muñeca, se incorporó, contestando el aparato.
—Sí, dígame.
Por el tono entendí que era trabajo. Su espalda se endureció.
—¿El proyecto Altos de Bellavista? ¿A estas horas? —gruñó—. ¿Cancelado? No, no me jodas. Dile al encargado que no puede permitirse perder ese contrato. Que se asegure de que el cliente no firme con la competencia. Si lo hace, estamos jodidos.
Aproveché el momento para apaciguarme y desvestirme. Coloqué mi bata sobre el taburete. No continuaría poniéndole peros.
Cuando colgó, el problema de su trabajo había reemplazado el nuestro.
Me miró apenas un instante; frunciendo los labios.
—Olvídalo. Ya es tarde —zanjó, acostándose a mi lado, de espaldas.
Intenté abrazarlo por detrás. Él apartó mi brazo de un manotazo.
No insistí. Ahora me castigaba con la distancia.
…
Salí de la cama sigilosamente. Cualquier ruido podía ponerlo de mal humor. Ya estaba acostumbrada a levantarme antes que la alarma.
Todo en la casa mantenía un orden minucioso y estricto. Fui a la cocina para preparar el desayuno.
Puse la mesa: cubiertos paralelos al borde del mantel. Fruta cortada. Huevo frito al punto, ni crudo ni duro. Café doble espresso, sin azúcar, temperatura exacta. Tostadas muy crujientes.
Nicolás bajó las escaleras, vestido para su trabajo.
Su físico musculoso se notaba incluso bajo la tela de su traje. Sentí su perfume desde la cocina. Venía concentrado en el teléfono.
—El desayuno está listo, mi amor —le informé.
—No tengo tiempo. Debo ir a la obra.
Dejé el limpión sobre el mesón, caminé hacia él, secándome las manos.
—¿Quieres que te prepare algo para llevar?—No. —Ajustó su reloj e inclinó su cuerpo para tomar las llaves del aparador—. Nos vemos.
Como de costumbre por las mañanas, intenté darle un beso de despedida. Él pasó de mí olímpicamente.
Mi boca quedó suspendida a mitad del aire.
Cerró la puerta.
Exhalé derrotada. Tenía muchas cosas que hacer el día de hoy, así que iba a enfocarme en eso.
…
Mi trabajo era híbrido; solo iba un par de veces al mes a la sede. Procuraba mantener mi labor lo más rutinaria posible.
Encendí el coche.
Al bajar el portón del garaje, miré por el retrovisor: un camión de mudanzas estaba estacionado frente a la casa de al lado. Varios hombres descargaban cajas. Nuevos vecinos, al parecer.
Vivíamos en un conjunto cerrado, tranquilo, vigilancia en la entrada y jardines cuidados.
Tomé rumbo a la oficina.
Llegué a la sede principal del Grupo Contax. Marqué mi entrada. Al fondo, el área de contabilidad parecía una colmena: teclados, teléfonos, conversaciones.
—¡Isa! —Fernanda se levantó del cubículo dándome un abrazo rápido—. Mira lo que te traje de Grecia.
Sacó una pequeña bolsita de tela, tendiéndome un llavero en forma de Ojo Turco.
—Dicen que da suerte y protege de las malas energías.
—Perfecto. A ver si también aleja a los jefes cuando hay cierre de nómina —bromeé, guardándolo en mi bolso.
— Si fuera tan fácil, ¡tendría que haber traído uno gigante! —rió ella.
— Seguramente sí. Gracias Fer.
Dejé mis cosas, encendí el computador, revisé lo esencial: el cierre de nómina, un par de reportes. Estaba por servirme café cuando sonó el interno.
—Isabela, ¿puedes pasar a mi oficina un momento? — Era Clara, mi supervisora.
Toqué la puerta. Ella estaba detrás de su escritorio, sus gafas sobre el puente de la nariz. Llevábamos años trabajando juntas, por lo que la formalidad, ni existía.
—Llegaste mandada del cielo. Justo necesitaba hablar en persona contigo.
—Por una vez me adelanté al correo de recordatorio — dejé caer mi peso en el asiento.
—Mira esto. —Tomó un folder marrón del escritorio—. Un nuevo proyecto que acabamos de cerrar. Necesitamos un análisis de viabilidad financiera exhaustivo de inmediato, quiero que tú hagas parte del equipo.
Empujó el folder hacia mí. Lo abrí. Las cifras hicieron que frunciera el ceño.
—Es un cliente muy grande —murmuré—. Tienes un equipo bastante sólido. No me necesitas a mí para esto.
Clara se echó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Llevas seis años aquí, eres la mejor que tengo en proyecciones y balances, aunque, te niegas a avanzar. Te mueves en las sombras, Isa, no quieres el reflector. Este proyecto requiere tu meticulosidad.
Fruncí el entrecejo.
—La remuneración es bastante considerable —añadió, viendo mi indecisión.
Pasé algunas hojas. Un proyecto así implicaba más horas, reuniones, viajes. Muchas variables que pondrían a mi matrimonio en desequilibrio.
—Clara… estoy encargándome del cierre del año financiero. Un trabajo así, tomaría mucho tiempo extra.
—Únicamente te enfocarás en esto, el cierre se lo daré a Jiménez — interrumpió Clara—. Todas las reuniones por videollamadas, puedes manejar casi todo desde casa. No sentirás la diferencia.
La excusa se había esfumado. Solo quedaba el miedo.
—Lo voy a pensar —concedí al fin.
Clara asintió, sonriente.
—Lleva el folder contigo, échale un vistazo.
Le guiñé el ojo al despedirme. Volví a mi horario hasta culminar con mi jornada laboral. Debía pasar por el supermercado a comprar algunos ingredientes para la cena de hoy.
…
Organicé las bolsas en el maletero.
Pasé la lista mental: carne, verduras, el vino de Nicolás. Nada faltaba.Mi teléfono vibró.
Camila: «Estoy en el café del parque, ahogándome en la soledad. ¿Te animas a pasar? 😒☕»Sonreí. Chequee la hora. Todavía tenía margen.
...
Entré a la cafetería: mesas de madera, aroma a granos tostados. Camila agitó la mano. Su cabello crespo parecía flotar alrededor de su cara; estaba igual de radiante, igual de insoportable.
—¡Mujer! —exclamó levantándose—. ¡Ya casi soy una anciana por esperarte!
—Exagerada. Si estás igual de puberta que siempre —respondí abrazándola.
—Eso mismo dice mi marido cuando quiere que cocine —bufó.
Tomamos asiento. Ella ya había pedido por las dos.
—Te adelanté el cappuccino. —apoyó un codo en la mesa—. A ver, cuéntame… ¿Cómo te fue con la matriarca del clan?Rodé los ojos.
Tardé un par de minutos en ponerla al día, contándole con pelos y señales lo ocurrido en la cena de ayer.Camila resopló una risa. —¿Y qué esperabas de esa señora? Seguro todavía cree que hay que darle un hijo al faraón.
Reí.—Es la suegra que me tocó.
—Eso no te habría pasado si te hubieras casado conmigo —soltó.
—Por favor —le respondí, mirándola juzgadora—, tú fuiste la primera en abandonarme.
Levantó su taza fingiendo solemnidad. —Aún me arrepiento todos los días, amor mío.
Camila y yo nos conocemos desde primero de primaria. Me pegó un chicle en el cabello; le mordí la mano. Terminamos llorando las dos y compartiendo un mango en el recreo. Desde entonces, somos inseparables. Sabemos todo la una de la otra, aunque algunos temas de mi matrimonio mejor los guardo. Ella no soporta a Nicolás… Prefiero evitar una tercera guerra mundial.
Para cambiar de tema. Saqué el folder del bolso, lo puse sobre la mesa.
—Ah, mi jefa quiere que me encargue de esto… no sé si aceptarlo.Se inclinó, hojeó un par de papeles y silbó. —¿Cómo no aceptarlo? ¿Estás pendeja, Isa?
—Es algo demandante—expliqué—. Va a alterar un poco mi rutina, y bien sabes que soy maniática con eso.
—¿Tu rutina o la suya? —No esperó respuesta—Isabela, seamos sinceras: ¿no tuviste que cubrir parte del auto que compró el mes pasado? Ese gasto absurdo de tu maridito se paga. Y si no es porque tú mantienes las cuentas, ya estarían en bancarrota por sus gustos exóticos. Necesitan este dinero extra para solventar.
—Es verdad —admití, sintiendo el golpe de la lógica financiera.
—Más de uno estará feliz de ser parte de ese proyecto. Así que anda, acéptalo. Escríbele a tu supervisora ya mismo y confirmarle que sí lo vas a tomar.
Agarré mi celular. Le mandé el mensaje a Clara. El impulso de Camila había ganado al miedo.
Seguimos conversando un ratito más, sobre cosas de la vida, hasta que ambas decidimos que era hora de irnos. Yo debía volver para preparar la cena, y Camila tenía que recoger a sus gemelas del curso de natación. Dos pequeñas criaturas adorables de 6 añitos, que según ella, a veces la hacen querer mudarse a otro planeta.
….
Iba rumbo a casa. Pasé por el puente que cruzaba la autopista principal, tuve que frenar de golpe.
Una figura pequeña se balanceaba peligrosamente cerca del vacío.Por instinto, estacioné en el arcén, encendiendo las luces de emergencia.
Los coches pasaban rozando, pitaban, alguno frenó en seco.
No había paso peatonal. Calculé el momento y corrí entre los autos, logré alcanzar el otro lado del puente.La vi más clara ahora. Una chica usando uniforme escolar, el cabello negro y largo agitándose bajo el viento.
—Oye… —hablé despacio—. Por favor, bájate de ahí. Es peligroso.







