Capítulo 27

Alejandro estacionó en un pueblo costero a unos cuarenta y cinco minutos en coche. Observé la franja de playa tranquila, con un malecón corto y un puesto de hamburguesas que inundaba el aire por el aroma a carne a la parrilla.

El viento traía consigo la frescura del océano. Alejandro me pasó su sudadera, cubriéndome los hombros

—Te estás volviendo muy caballeroso —comenté, metiendo las manos en el bolsillo frontal.

—Si quieres puedo llevarte en mi espalda —bromeó, tomando una de mis manos, entrelazando nuestros dedos.

Compramos hamburguesas enormes, papas fritas, dos bebidas. Decidimos sentarnos en un banco de cara al mar.

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