Giró el rostro. Su piel era tan blanca que parecía enferma. Los ojos marrones grandes, pestañas pobladas mojadas, mejillas rojas del llanto, una expresión vacía.—¡Lárgate! —gritó—. No es tu maldito problema.—Ahora sí lo es —respondí, más segura—. Porque te vi.Ella apretó la baranda. —Nada vale la pena. Solo quiero terminar con toda esta basura de vida.Cerré los ojos un segundo —No creo que quieras caer, ¿verdad? Vas a quedar toda apachurrada y será un desastre. He visto esos videos en internet, créeme… no es nada bonito.Eso la detuvo un segundo. Se quedó procesando mis palabras. Aproveché ese instante: me lancé, sujetándola por la cintura, envolviéndola en un abrazo, tirando de las dos hacia el lado seguro del puente.Inicialmente, forcejeó, intentando soltarse, luego se derrumbó llorando en mis brazos.Estuvimos así varios minutos. Cuando se calmó, la ayudé a ponerse en pie. Quería sacarla de ahí, del ruido, de los carros pasando a toda velocidad. Caminamos unos metros rumbo
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