Capítulo 26

La clara evidencia de que mi cuerpo tuvo una jornada intensiva.

No era gimnasio, ni zumba o yoga. Si no: Alejandro Ramírez. Él dormía plácidamente a mi lado. 

Contrario a mí, que al intentar incorporarme, el dolor agudo en los muslos me obligó a ahogar un quejido. Apoyé las manos en el colchón para levantarme despacio.

Genial. Piernas entumecidas, caderas sensibles… y una estúpida sonrisa imborrable en la cara.

Busqué la camiseta amplia de Alejandro en el suelo y mis pantis. La caminata hacia la cocina, sujetándome de la pared, se convirtió en un acto de fe. Era el resultado de las veces exactas que dije «una vez más

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