La mañana en Grayhaven amaneció envuelta en una niebla más espesa de lo habitual. No era solo la humedad que venía del mar; era un peso extraño en el aire, como si la ciudad estuviera conteniendo la respiración. Los pocos transeúntes que caminaban por la calle principal lo hacían en silencio, con los hombros encogidos, evitando mirar a los lados. Nadie quería encontrarse con la mirada de otro. Nadie quería hablar demasiado.
La cafetería Haven’s Corner estaba medio vacía. Una lámpara parpadeaba en el techo y las sillas de metal resonaban cada vez que alguien se sentaba. Allyson Drake había llegado antes que nadie. Escogió la mesa del fondo, la que daba contra la pared y permitía observar tanto la entrada como la calle. El hábito de años de trabajo en el FBI nunca se borraba: siempre necesitaba cubrir sus espaldas.
Sacó su libreta y repasó, por enésima vez, los documentos que Daniel Harper había entregado la noche anterior. Números, contratos, nombres de empresas fantasmas que parecían