La nota llegó pegada a la funda de cartón del café. Allyson no la vio de inmediato; estaba más pendiente del espejo de la cafetería, del reflejo de la puerta, de la sombra persistente que la seguía desde hacía días. Cuando al fin sostuvo el vaso con la mano sana, notó el borde levantado del cartón. Tiró de él. Un papel mínimo, doblado en dos, cayó sobre la mesa.
No todo en la Fundación es caridad. Si quiere pruebas, vaya al muelle viejo, banco 3. 21:15. Solo.
Torres estaba a dos mesas, de espaldas, jugando a leer un periódico local que llevaba las mismas noticias de siempre: pesca, subastas, un artículo trivial sobre el clima y la niebla. Él no necesitaba ver la nota para saber que algo había cambiado en el aire.
—¿Qué es? —preguntó sin mirarla.
—Una invitación —respondió Allyson, con la voz tan neutra como pudo—. Y un riesgo.
A las 21:12, la niebla ya había devorado el muelle. El banco 3 estaba húmedo, astillado por los años y la sal. Allyson se acercó con la chaqueta cerrada hasta e