Las hojas crujían bajo los pasos firmes de Lysander mientras avanzaba por el terreno irregular. La tenue luz de la luna apenas iluminaba la fachada de la casa abandonada, su estructura desgastada por el tiempo, con manchas de humedad cubriendo las paredes rotas.
Evender caminaba unos pasos detrás, su expresión alerta, observando cada detalle del entorno con precisión.
Pero Lysander no miraba el edificio.
Miraba a Ares.
El tono de su voz en el interior de la casa, la calma con la que hablaba de traiciones, de decisiones calculadas.
Lysander apretó los puños.
Su respiración era pesada, sus hombros rígidos con la fuerza contenida de una furia que amenazaba con explotar.
—Ese bastardo se llevó a mi chica —murmuró, su tono bajo pero afilado.
Evender, consciente del peligro que significaba perder el control en ese momento, se movió rápido, colocando una mano sobre el brazo de Lysander.
—No podemos precipitarnos —dijo en voz baja—. Si actuamos ahora sin plan, podrí