Alfonso condujo en silencio durante largo rato.
Las luces de la carretera se deslizaban como sombras sobre su rostro tenso.
En el asiento trasero, Anahí se había quedado dormida, acurrucada junto a Freddy, quien dormía profundamente con la carita apoyada sobre el regazo de su madre. Alfonso los miró por el espejo retrovisor con una mezcla de amor, culpa y una tristeza tan honda que le oprimía el pecho.
Hoy casi los pierde.
Y todo, por su ceguera, por su pasado, por los errores que se empeñaba en repetir.
«Todo esto es mi culpa», pensó, apretando el volante con fuerza.
«Merezco este dolor. Les he fallado tantas veces, y aún no sé si tengo lo necesario para ser el hombre que ellos merecen. Pero los amo. Los amo tanto, que estoy dispuesto a hacer lo que sea para ser mejor. Lucharé, aunque me cueste el alma».
La cabaña apareció entre los árboles como un refugio perdido en medio de la nada.
Estacionó sin hacer ruido. Anahí despertó, apenas el coche se detuvo, con los ojos aún cargados de su