—¡¿Qué has dicho, Anahí?! ¡No puedes hacerme esto! —bramó Bruno, con los ojos desorbitados por la incredulidad.
Pero Anahí no lo miró. Su rostro permanecía sereno, inexpresivo, como tallado en piedra. Su mirada estaba fija en el juez, que, a pesar de su neutralidad profesional, parecía haberse petrificado por la tensión del momento. El silencio en la sala era espeso, como si el aire se hubiera vuelto irrespirable.
Darina, con el pequeño Freddy en brazos, se apresuró a salir del recinto. El niño se había aferrado con fuerza a su cuello, como si presintiera el caos que se desataba a su alrededor. Darina no podía creer lo que acababa de escuchar, pero no permitiría que su sobrino presenciara una escena tan cruda. El escándalo era inminente, y todos lo sabían.
Mientras tanto, Bruno apretaba los dientes con tanta fuerza que los músculos de su mandíbula parecían a punto de estallar. Su expresión se deformó en una mueca de rabia y frustración. Nunca había imaginado que Anahí tendría el valor