Al día siguiente, la mañana trajo consigo un aire distinto. Había algo denso, algo que dolía incluso sin nombrarse.
Bruno llegó temprano. Tocó la puerta con decisión, y cuando Anahí salió a recibirlo, se quedó mirándola en silencio. Ella lo observó por un largo instante. Sus ojos estaban apagados, sin el brillo de otras veces. Aun así, asintió con suavidad, como si esa decisión no naciera del corazón, sino del cansancio.
—Voy a casarme contigo este fin de semana, Bruno —dijo al fin, con voz firme, aunque por dentro se le quebraba el alma.
Los ojos de Bruno se iluminaron como un niño al recibir su regalo más deseado.
Se levantó de golpe, y su sonrisa se estiró de lado a lado. Abrió los brazos y la abrazó con fuerza.
—¡Anahí! ¡Yo te amo! Te juro que seré el mejor esposo para ti... y el mejor padre para tu hijo. No te voy a fallar. Nunca.
Ella sonrió apenas, asintió otra vez, pero algo dentro de ella se resistía, como una parte rota que gritaba en silencio. El abrazo de Bruno, en lugar de