Alfonso sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, una sensación helada de presentimiento. El aire pareció vaciarse de sus pulmones.
—¿Cómo que en peligro? —murmuró, como si le costara aceptar esas palabras—. ¿Qué pretende ese infeliz?
—No lo sé con certeza —dijo Hermes, apremiante—, pero no podemos dejarla sola con él. Bruno ya no es solo un farsante, Alfonso… es un traidor. Y alguien como él, cuando se ve acorralado, es capaz de todo.
Alfonso sintió que las piernas le temblaban.
Durante tanto tiempo había querido proteger a Anahí, a su hijo y demostrarles su amor, y ahora verlos en manos de un desalmado, le hizo sentir como un fracaso como hombre.
—Tengo que llegar —dijo con los dientes apretados—. Si le hacen daño, si él le pone una mano encima…
No terminó la frase. Dio media vuelta y corrió hacia su auto con renovada furia, como si cada segundo fuera una gota de sangre derramada.
Hermes fue tras él, encendiendo también su vehículo. Ya no era solo una carrera para impedir una bo