Brisa lo sostuvo del brazo cuando llegaron al departamento.
Helmer apenas podía mantenerse en pie, con la mirada perdida y los hombros vencidos por el peso de una noche demasiado larga… y demasiado dolorosa.
—Dame la clave —le susurró ella con dulzura.
Él la murmuró, casi sin fuerzas. El “bip” de la cerradura sonó como una rendición. Ella lo llevó al interior, guiándolo con paciencia hasta la habitación, donde el silencio era tan denso como el aire entre ellos.
Lo ayudó a sentarse al borde de la cama. Con cuidado, como si se tratara de algo sagrado, le quitó los zapatos y desanudó la corbata que parecía estrangularlo. Él no protestó, solo cerró los ojos, dejando escapar un suspiro cargado de derrota.
Brisa lo observó. Su corazón latía rápido, pero no por miedo. Era ternura, era amor… era esperanza. Acarició su rostro con los dedos, deteniéndose un instante en su mejilla.
—Helmer… —murmuró apenas audible—. Cómo quisiera que me amaras… como yo a ti.
Él abrió los ojos de golpe.
Su mirada