Un mes después.
Rossyn temblaba. El pequeño artefacto en su mano se volvía cada vez más pesado, como si concentrara en su interior todas sus ilusiones, sus miedos y la esperanza latente que la había sostenido durante semanas. El baño estaba en silencio, pero en su mente resonaban gritos, ruegos y promesas. “Que sea positivo… por favor”, pensaba una y otra vez, con los ojos cerrados, abrazando esa pequeña posibilidad de felicidad con la fuerza de quien ya ha perdido demasiado.
Cuando abrió los ojos, el mundo se desmoronó. Una línea. Solo una. Negativo.
Su corazón se hundió, la garganta se le cerró y el llanto brotó de lo más hondo de su pecho. Se dejó caer al suelo, abrazando sus piernas, con la prueba apretada entre los dedos como si pudiera cambiar el resultado si la apretaba lo suficiente.
El dolor no era solo por ese bebé que no llegaba, sino por todo lo que representaba: la idea de una familia, de llenar la casa con risas, de sanar heridas antiguas, con amor nuevo.
Alfredo la enco