Ethan se acercó lentamente, con esa firmeza implacable que lo caracterizaba, como si todo en él gritara posesión.
Sus ojos, oscuros y encendidos, buscaron los de Nelly, quien desvió la mirada con desesperación, tratando de aferrarse a un hilo de dignidad.
Intentó besarla, ella desvió el rostro.
Él tomó su rostro entre sus manos grandes, la sostuvo con fuerza, impidiéndole escapar, inclinándose hasta sentir su aliento chocar con el suyo.
—Pagué por tus besos también —susurró con crudeza, como una sentencia imposible de esquivar.
Y antes de que pudiera rechazarlo, la besó.
Fue un beso feroz, cargado de rencor y deseo.
Nelly trató de apartarse, forcejeó, pero la intensidad de esos labios la quebró por dentro.
Sintió cómo la fuerza de su cuerpo se desvanecía, cómo las rodillas le temblaban y su voluntad se deshacía como humo.
El beso era un incendio, un castigo y un reclamo.
Con un movimiento brusco, Ethan la levantó en brazos. Ella quiso resistirse, pero sus protestas fueron inútiles.
La