—Félix, diste tu palabra de una boda, actúa como un hombre —sentenció su padre, su voz firme y grave resonando en el despacho—. Y esa tal Fedora… ¿Por qué te dejó?
Félix apretó los puños sobre sus piernas, su mandíbula tensa.
—¡Lo dejó por egoísmo! —respondió con rabia contenida, la voz quebrándose en un hilo—. Por una carrera de modelo que le ofrecía lunas y estrellas, ¿verdad, hijo? ¿Y qué pasó? ¿No lo consiguió? Ahora, si vuelve por ti, es para quedarte con sus sobras, para aprovecharse de lo que tú eres, Félix. ¡Sé un hombre! —su padre golpeó ligeramente la mesa, exigiendo firmeza.
Félix bajó la mirada, un nudo formándose en su garganta.
Asintió lentamente, reconociendo que la lección tenía peso, aunque su corazón seguía dividido.
Sabía que el amor y la razón a veces no caminaban de la mano, y hoy debía elegir entre cumplir su deber o ceder a sus sentimientos.
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Finalmente, el día de la boda había llegado.
La luz del atardecer se filtraba por las ventanas de la habitación de Orl