El tiempo avanzaba con una pesadez insoportable, como si cada segundo se arrastrara cruelmente, desgarrando el alma de quienes permanecían en aquella habitación cargada de tensión.
Alexis miró fijamente a Sienna; sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de rabia, dolor y miedo.
Dio un paso hacia ella, incapaz de contener el torbellino de emociones que lo consumía.
—¿Acaso esto es parte de tu venganza contra mí? —preguntó con la voz áspera, quebrada, como si cada palabra fuese un filo atravesándole la garganta.
El rostro de Sienna se endureció.
Sus labios temblaron un instante, pero enseguida se transformaron en una mueca de rabia.
Sus ojos ardieron como brasas encendidas mientras respondía con un grito que resonó en las paredes.
—¡Alexis Dalton, no seas un imbécil! —exclamó, con el pecho agitado por la furia contenida—. Mi problema es contigo, solo contigo. Humillarte a ti, hacerte sentir la misma miseria que me causaste, devolverte el dolor que me arrancó la vida… ¡Eso es lo único q