En la comisaría
El eco metálico de las puertas resonaba en la comisaría como un recordatorio constante de encierro y desesperanza.
El aire olía a humedad.
Gustavo caminaba con paso sigiloso, los ojos atentos, el corazón golpeando en su pecho con violencia.
Sabía que arriesgaba demasiado con esa visita, pero el impulso lo dominaba.
Tuvo suerte: los Molina no lo vieron entrar. Margarita y Néstor estaban demasiado ocupados discutiendo con los abogados, rogando por una salida imposible para su hija.
Tessa, en cambio, lo esperaba. No tardó en aparecer en la sala de visitas.
Su rostro estaba pálido, pero sus labios mostraban esa sonrisa torcida que siempre mezclaba cinismo y locura. En sus ojos había un brillo inquietante: el de alguien que se sabe acorralado y, sin embargo, aún conserva un as bajo la manga.
—Tienes que ayudarme, Gustavo —susurró, apoyando las manos contra el vidrio que los separaba—. Eres mi última oportunidad. ¡Sácame de aquí!
Gustavo reprimió una carcajada amarga, su mir