Félix caminaba con paso apresurado hacia los vestidores.
Quería cambiarse antes de unirse a la comida familiar que habían planeado.
Las niñas reían en el exterior junto a sus abuelos, y la expectativa de una tarde tranquila lo mantenía animado.
Sin embargo, su camino fue interrumpido por una figura que emergió como una sombra de su pasado: Fedora.
Ella lo esperaba recargada en la pared, con los brazos cruzados, y esa mirada de fuego que solía desarmarlo años atrás.
—¿Por qué la besaste? —preguntó con voz cargada de celos y reproche.
Félix se quedó helado. Sintió cómo su pecho se oprimía, y bajó la mirada, incapaz de sostenerle los ojos.
—Fedora… —murmuró, sin fuerzas.
La mujer dio un paso al frente, acortando la distancia.
—¿Acaso ya me olvidaste?
El silencio se volvió un cuchillo. Félix cerró los ojos con frustración. Por dentro, su mente era un torbellino.
«¿Qué me está pasando? —se preguntaba—. Antes, antes de todo esto, yo habría dado la vida por ella, por un roce, por un beso… pe