El corazón de Melody latió con fuerza, cada golpe como un martillo en su pecho. La mezcla de miedo y deseo la envolvió, sofocándola hasta hacerle temblar las manos. Por un instante, todo lo demás desapareció: los libros abiertos sobre la mesa, el murmullo lejano de la ciudad, incluso el aire mismo que respiraba. Todo se redujo a esa voz, a ese recuerdo de lo que habían sido y de lo que aún podrían ser si el destino no los hubiera roto en mil pedazos.
—¿Qué quieres, Demetrio? —su voz tembló, entre la furia y la fragilidad.
Al otro lado de la línea, la respiración entrecortada de él parecía cargada de desesperación.
—No estoy con ella… ¡Lo juro, mi amor! —la voz de Demetrio quebrada, suplicante—. La niña está a mi lado, y ella… ella se ha ido. Le di dinero suficiente, no quería quedarse con mi hija, nunca la quiso. ¡Perdóname! Si pudiera volver a esa noche, si pudiera borrar lo que hice…
El silencio de Melody fue un látigo, cada segundo una herida que se abría más en el corazón de Demet