Lejos de allí, en los pasillos blancos y fríos del hospital, el eco de un llanto desgarrador se expandía como un susurro maldito.
Tessa estaba sentada en una de las sillas metálicas, con el rostro hundido entre sus manos.
Sus hombros temblaban y sus sollozos eran tan profundos que parecían venir desde un lugar roto en lo más hondo de su ser. El maquillaje corría por su rostro en líneas negras, como huellas de la desesperación.
En ese instante, apareció Oriana. Llevaba de la mano a la pequeña Melody, la niña de ojos grandes que miraba todo con miedo, como si intuyera que algo malo estaba a punto de suceder.
Tessa levantó la cabeza de golpe, sus ojos enrojecidos brillaban con lágrimas, pero en su interior había algo más que dolor. Había un brillo frío, calculador, escondido detrás de aquel llanto.
—¡¿Y Alexis?! —exclamó con desesperación, avanzando hacia ellas como si se aferrara a la última esperanza.
Oriana la miró con cierta desconfianza, pero contestó con calma:
—Él tuvo que salir d