Alexis estaba sentado en las afueras de la ciudad, en un café discreto, de esos que parecen invisibles para los transeúntes.
Frente a él, el investigador privado revisaba una carpeta llena de documentos.
El silencio era espeso, como si cada hoja escondiera una verdad que podría destruirlo todo. El corazón de Alexis golpeaba en su pecho con fuerza, presintiendo que lo que estaba a punto de escuchar cambiaría su vida para siempre.
El hombre alzó la mirada, seria, firme, con esa expresión de alguien que lleva demasiado tiempo persiguiendo sombras.
—Sé que ya sabe lo que pasó… lo de la fiesta, lo del escándalo… —dijo con voz grave—. Pero hay cosas que quedaron en duda, piezas sueltas que no encajaban. Así que me puse a investigar más a fondo.
Alexis entrecerró los ojos, la duda lo atravesó como un cuchillo.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó, apenas conteniendo la impaciencia.
El investigador inspiró profundamente.
—He descubierto que Teresa Molina… no es la víctima que todos creen. Ella es