Félix estaba sentado en la sala de espera del hospital, con la mirada perdida en el suelo, cuando el sonido apresurado de unas ruedas sobre el piso llamó su atención.
Una camilla apareció de pronto, escoltada por enfermeros y médicos que corrían con urgencia.
Apenas alcanzó a ver una silueta cubierta por sábanas blancas, desvanecida, sin fuerzas. Su corazón se aceleró, pero no logró reconocer de quién se trataba.
Los médicos no se detuvieron. La llevaron directo a la sala de urgencias, y entonces, una voz retumbó en el pasillo:
—¡Está embarazada, sufre un aborto!
Las palabras fueron como un balde de agua helada.
Félix sintió un escalofrío recorrerle la espalda, el estómago se le encogió.
Una sensación de angustia lo invadió, como si presintiera que esa mujer no era una extraña.
No sabía, no podía imaginar que aquella paciente en la camilla, luchando entre la vida y la muerte, era nada menos que Orla Dalton, su esposa.
***
El tiempo transcurrió lento, cada minuto convertido en un tormen