—Hola… —la voz del desconocido fue suave, aunque cargada de una tensión contenida—. Lo siento si te asusté. Mi nombre es Marcus Montiel, soy… bueno, te encontré en el camino, en medio del accidente. Te traje aquí. Todo está inundando, las carreteras están bloqueadas. Lo lamento mucho, debí haberte llevado al hospital, pero no había manera de pasar.
Orla parpadeó varias veces, con el cuerpo aun temblando por el desconcierto.
Había estado a punto de perder la vida y ahora estaba en una cabaña extraña, sola con un hombre al que no conocía.
Por instinto había alzado la guardia, pero algo en su tono parecía sincero.
—Gracias… —su voz salió quebrada, pero firme—. Quiero hacer una llamada.
Marcus asintió y le tendió su propio teléfono.
—Ya intenté ayudar. Justo marqué a tu esposo, pero no me respondió.
El aparato vibró en sus manos. La pantalla mostró un nombre: Félix. El corazón de Orla dio un vuelco.
—Es él… —susurró, sintiendo un alivio inmediato.
Respondió con manos temblorosas.
—¿Hola?