Al día siguiente, Sienna recibió la llamada de Gustavo.
Su voz, usualmente calmada, ahora tenía un matiz de súplica que le oprimió el corazón.
—Sienna… es mi cumpleaños —dijo él, intentando sonar despreocupado, pero la tensión se colaba en cada palabra—. ¿De verdad no vendrás a celebrarlo conmigo?
Sienna suspiró, sintiendo un nudo en la garganta.
—Feliz cumpleaños, Gustavo —respondió, con voz medida, intentando mantener la compostura—. Pero… sabes que ahora es difícil para mí.
—¡Por favor! —la urgencia se intensificó—. Te lo suplico. Ven a mi fiesta. Nunca has faltado a uno de mis cumpleaños y… no sería lo mismo sin ti.
Ella lanzó un suspiro largo, profundo, cargado de emociones encontradas.
—Está bien —dijo finalmente—. Iré.
—Incluso puedes traer a tu “nuevo amigo”, estaré feliz de tenerlos a ambos aquí —agregó, tratando de sonar ligero, aunque en el fondo su corazón latía con fuerza.
Sienna colgó la llamada, y Gustavo sonrió, sintiendo que el destino le daba una oportunidad.
«Así q