Marcus se alejó tan rápido que sus pasos apenas hicieron eco en el pasillo.
Cuando Félix llegó a la puerta, ya no había nadie allí. Su respiración se agitó como si hubiese corrido un maratón, buscó con la mirada, pero solo encontró el vacío y la penumbra.
—Imaginaste a alguien —dijo Sienna, intentando calmarlo, aunque su propia voz temblaba.
Ella misma no estaba segura de lo que había visto: aquella sombra fugaz, aquella silueta que parecía observarlos. Sus ojos reflejaban duda, pero, como si no quisiera enredarse más en sospechas, se obligó a sonreír.
—Hermano, te aseguro que prepararé un buen viaje para ustedes dos. Les hará bien.
Su sonrisa era cálida, y Félix, que estaba herido y desesperado, quiso creer en ella. Se aferró a esa idea como un náufrago a una tabla en medio del mar.
***
Mientras tanto, en su oficina, Orla contemplaba el ramo de rosas rojas que descansaba sobre su escritorio.
La intensidad del color la desarmaba. Por un instante, permitió que su corazón se encendiera